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30 de septiembre de 2025

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El poder del silencio en un mundo ruidoso

El poder del silencio en un mundo ruidoso

El poder del silencio en un mundo ruidoso

Escrito por Lulú Mathis

Escrito por Lulú Mathis

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Como una radio que nunca se apaga, la mente habla sin descanso: planea lo que haremos en unos minutos, proyecta el mañana, repasa pendientes, se lamenta por lo que no hicimos y se queda atrapada en recuerdos del pasado.
En su libro Silencio, Thich Nhat Hanh —uno de los grandes maestros espirituales de nuestro tiempo— llama a esto la radio del pensar sin parar (PSP): ese diálogo constante que suena en nuestra cabeza aún cuando intentamos meditar.

​​¿Te suena familiar? ¿Sentís que esa radio también vive en vos? Apagarla, o al menos ponerla en “pausa”, parece casi imposible. Muchos le tememos al silencio, y lo llenamos con música, redes sociales, mensajes, conversaciones sin rumbo, preocupaciones. No dejamos espacio para la quietud. Pero ¿cómo disfrutar de la vida si estamos atrapados en un diálogo interno que nos arrastra de un pensamiento a otro?

A veces vivimos como si quisiéramos acelerar los días, vivimos en piloto automático, hasta quedarnos sin aire. Sin espacio para registrar lo que estamos viviendo mientras sucede.

Recuerdo ese momento como si fuera hoy. Había llegado a Haro, España, para un retiro de silencio en el Centro Espiritual Ain Karim, como cierre de mi instructorado en Mindfulness & Compasión. Una amiga madrileña, antes de despedirme, me dijo:
“¿Un retiro de silencio? ¡Estás loca! ¿Cómo vas a hacer?”.

Yo no lo veía tan dramático. Venía practicando meditación formal, ¿cuánto me podría costar? Me daba hasta curiosidad y lo sentía necesario.

Pasó el primer día y allí me encontraba, sola en una habitación de una bellísima e inmensa casa como un gran convento, rodeada de vegetación, árboles de higos, y verde, mucho verde. Este lugar fue creado por la Compañía de María,  un instituto religioso fundado por Juana de Lestonnac en 1607, en Burdeos (Francia).
Nos atendían monjas, que iban delicadamente de un lado a otro, casi imperceptibles, sirviéndonos la comida, y sonriéndonos,  y esa expresión era todo lo que bastaba para comunicarnos.

Día dos. Los monos de la cabeza empezaron a aparecer. Las actividades propuestas y las prácticas me llevaban la atención al momento presente, pero luego, volvía a la habitación y los monos locos de mi cabeza estaban en llamas. No paraban. Pasé por todas las emociones: me frustré, me puse ansiosa, lloré sin tener muy en claro porqué, y me desplomé ante la imagen de la Virgen del Mar que no sabía qué existía pero allí estaba en un cuarto abierto que daba a un pasillo y cada vez que pasaba sentía que me miraba, hasta que decidí entrar. 

No podría explicar en detalle ni cómo ni exactamente cuándo, pero me encontré con ese silencio interior. Descubrí que es posible y necesario. Me encontré con la quietud que tenemos disponible si la buscamos. Y la disfruté. El silencio que me permitió estar presente conmigo, con lo que soy, nada más y nada menos.

Podemos empezar sencillo: tres minutos en quietud, sentados con la respiración como ancla. O caminar en silencio, sentir el pasto bajo los pies, escuchar los sonidos de la naturaleza, dejar que las manos se pierdan en la masa de pan. El silencio se abre en esos gestos cotidianos, en esos instantes en que dejamos de llenarnos de ruido, en qué decidimos vaciarnos por un rato.

Un día la experiencia será serena; otro, quizás más inquieta. Esa es la impermanencia en la que vivimos. Pero con constancia, los frutos llegan: lo que antes perturbaba, poco a poco se irá suavizando.

El silencio abre espacio. Y en ese espacio caben la calma, la escucha, la presencia.
Lo necesitamos tanto como el aire que respiramos, porque si la mente está saturada de pensamientos y palabras, ¿qué lugar queda para vivir de verdad?

El silencio nos da la posibilidad de escucharnos, de escuchar al otro, de estar presentes con nosotros mismos y con quienes queremos.

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